sábado, 9 de diciembre de 2017

Mitos y leyendas: la ejecución de Molay y la maldición templaria


Jacques de Molay siendo armado caballero del Temple en la comandancia de Beaune en 1265. En aquella época
ni imaginaría que acabaría reducido a pavesas por obra y gracia de un rey avaro y un papa sometido


Desde hace unos años a esta parte, la extinta orden del Temple ha experimentado un auge tremendo. En cualquier librería por birriosa que sea hay tropocientos libros, generalmente menos rigurosos que un discurso político en plena campaña electoral, en los que se habla, no de la orden histórica en sí, sino de toda una serie de chorradas tan de moda surgidas a raíz de la publicación de algunas novelas de misterio. Que si el Grial, el "código" templario, el "secreto mortal" de los templarios, que si un tesoro ignoto, que si tenían una vertiente esotérica, que si habían recibido de los agarenos profundos conocimientos que aún nadie ha sabido descifrar y, por supuesto, tropocientas teorías conspiratorias y añejas maldiciones que aún hoy día, cuando la orden lleva ya siete siglos oficialmente abolida por la Iglesia, siguen teniendo vigencia gracias a las asociaciones de neo-templarios que han surgido como hongos en los últimos 25 años.

Sin embargo, todas estas milongas no son más que el producto de la imaginación del personal, cuyos magines empiezan a echar humo en cuanto salen a relucir este tipo de temas. Es de todos sabido que cualquier cosa relacionada con las órdenes militares y mezcladas con unas cucharadas de esoterismo, unos adarmes de tesoros y unos cuantos ciudadanos de elevado rango muertos de forma inopinada, es más que suficiente para dar pie a un estrambótico cóctel  que, una vez creado, admite todos los añadidos habidos y por haber y, por supuesto, es el caldo de cultivo para que los "expertos" y los "investigadores" de turno empiecen a divagar y a anunciar descubrimientos de lo más extravagantes que, naturalmente, carecen de toda base histórica e incluso racional. Por cierto, ¿se han dado cuenta de que la inmensa mayoría de los que se dedican a pasar el rato con estas chorradas se auto-titulan pomposamente como "investigadores" aunque ni siquiera sean capaces de investigar por qué se les ha atascado el fregadero?

Los templarios ya han llegado a América. Pronto quizás nos informen que
también fueron los primeros en pisar a la Luna
En cualquier caso, lo cierto es que de esta miríada de códigos secretos, leyendas, etc. con que actualmente contaminan los cerebros de la ciudadanía en esos documentales tan  ridículos del Canal Historia o del Canal Discovery dan al parecer cierto morbillo al personal porque, al cabo, todo lo que esté relacionado con temas misteriosos resulta atrayentes de un modo u otro. En estos documentales siempre aparece un supuesto "experto" en no se sabe qué con pinta de pseudo-Indiana Jones que entrevista a una serie de "investigadores" que afirman categóricamente haber desvelado tal o cual misterio misterioso en base a unas pruebas irrefutables que serían refutadas por un parvulario, y encima hasta les pagan y todo. De todo ello colijo que he equivocado mi camino en la vida, y debería haberme dedicado a "investigador" o a "experto" lo que, probablemente, me habría deparado pingües beneficios.

El beso obsceno consistía en besar a
otro en la rabadilla, o sea, donde acaba
la espina dorsal
Es posible, por no decir casi seguro, que estas absurdas leyendas sobre la orden templaria tengan su origen en el largo y tortuoso proceso al que fueron sometidos gran cantidad de sus miembros, desde el gran maestre al último sergeant al que pudieron echar el guante. Estos procesos, basados en una serie de acusaciones y pruebas falsas minuciosamente elaboradas por Guillaume de Nogaret, el guardasellos de Felipe IV de Francia, con la ignominiosa complicidad de la Iglesia en la persona de Clemente V, se alargaron durante siete largos años, y concluyeron con la ejecución del gran maestre y el preceptor de Normandía el 18 de marzo de 1314. Nogaret echó mano de cualquier cosa que supusiera un pecado nefando y merecedor de la muerte, desde la adoración de ídolos a la sodomía, pasando por blasfemar, escupir en el crucifijo, simonía, practicar el beso obsceno y mil chorradas más para que el papa Clemente diera el visto bueno al expolio de la orden, que en realidad era lo único que deseaba el pérfido monarca. 



Retrato de Felipe IV (1268-1314) inspirado
en su efigie sepulcral
Felipe IV, cuya codicia no tenía límites y siempre andaba necesitado de dinero a causa de sus constantes guerras, había obligado en 1292 a los comerciantes y banqueros lombardos a comprar la nacionalidad francesa. En 1306 ya había sacado a los judíos hasta la última onza de oro, expulsándolos del reino y confiscando sus bienes y, por último, exprimía a la población con impuestos de todo tipo como la maltôte, una especie de IVA medieval con el que la corona gravaba las ventas de las mercaderías de la misma forma que hoy día nos saca la sangre Hacienda. Verbi gratia, el tejedor pagaba al ganadero por un saco de lana 3 dineros de plata de maltôte; esta lana, una vez manufacturada y convertida en paño, era vendida al sastre con su correspondiente maltôte y, finalmente, el sastre también cobraba el impuesto por la prenda ya terminada. Lógicamente, el rey subía el porcentaje cada vez que estaba tieso y, como esa era la situación más frecuente, el pueblo estaba un poco hasta las gónadas del constante saqueo llevado a cabo por los implacables funcionarios estatales para llenar las siempre vacías arcas regias. Además, había llevado a cabo tal cantidad de devaluaciones monetarias que acabaron dándole el apodo de "el acuñador avariento". 


Libra tornesa de Luis VI (siglo XII)
A modo de ejemplo, en tiempos de su abuelo Luis IX (San Luis para los amigos), la libra tornesa tenía un 96% de plata y un 4% de cobre, siendo devaluada durante el reinado de nuestro hombre un 66% nada menos. Esto, en una época en que el peso y la ley de la moneda eran lo que marcaban su valor, significaba que la libra contenía un 32,6% de plata y que el de cobre era de 67,4%, o sea, una birria monetaria. Con estos antecedentes, a nadie debe extrañar que este personaje pusiera a la orden, famosa por sus riquezas acumuladas por todo el mundo conocido, en su punto de mira porque, entre otras cosas, necesitaba devolver a la moneda su antiguo valor para lograr que la economía se activase, por lo que precisaba plata de forma perentoria, plata que esperaba encontrar en el tesoro de la orden en París que, según se calcula, podría oscilar entre 100 y 160 toneladas de este metal. Además, los bienes que acumulaban en Francia en forma de tierras, casas, huertas, molinos, etc., irían a parar a sus insaciables manos, lo le producía espasmos de placer, así que puso en marcha toda su maquinaria para perder a la orden y quedarse con todo.

Clemente V (1264-1314)
La complicidad necesaria para dar al expolio una apariencia legal la puso Bertrand de Goth, elegido papa en junio de 1305 con el nombre de Clemente V gracias a la influencia del rey Felipe. Este sujeto, primer papa de Avignon, fue en todo momento hechura del monarca ya que, aunque el rey francés no tenía autoridad para incoar proceso a la orden tanto en cuanto esta dependía directamente del pontífice, al final Felipe se salió con la suya, logrando que el papa aceptase por la vía de los hechos consumados la redada llevada a cabo el 13 de octubre de 1307 contra los templarios. Así, mediante la publicación de la bula PASTORALIS PRÆMINENS el 22 de noviembre siguiente, se permitía con efectos retroactivos el arresto llevado a cabo contra los miembros de la orden en todo el reino. Pero el gabacho no se conformó con eso, y siguió presionando a Clemente hasta lograr que convocase, mediante la publicación en 1308 de la bula REGNUM IN CŒLIS,  el Concilio de Vienne (1311-1312) para dirimir, entre otras cosas, qué hacer con los templarios, con sus bienes y con la orden en sí. Pero las cosas no salieron como el rey quería. 


Bula VOX IN EXCELSO
El 22 de marzo de 1312, un Clemente presionado por todas partes publicó la bula VOX IN EXCELSO en la que, de entrada, detenía todo el proceso y, lo que era peor, cuestionaba la forma en que se había llevado a cabo alegando que "...la mayor parte de los cardenales y casi todo el consejo [...] llegaron al acuerdo casi unánime de que a la orden se le debería dar una oportunidad para defenderse a sí misma, y  que no podía ser condenada sobre la base de la prueba proporcionada hasta ahora", es decir, que ponía en tela de juicio todo el montaje organizado por el taimado Nogaret. Y, por si eso fuera poco, le quitaba el caramelo de la boca añadiendo que "...estrictamente prohibimos a alguien, de cualquier estado o condición, interferir de cualquier modo en materia de las personas y propiedades de los templarios", es decir, que ya podía olvidarse el rácano de Felipe de echar mano al tesoro y los bienes de la orden- en realidad ya se había apropiado una parte antes de la publicación de la bula-, así como de seguir ejecutando a sus miembros. A todo ello, y para acabar con el escándalo y salvaguardar la fe cristiana,  la bula concluía con la abolición de la orden "...con la aprobación del consejo sagrado [...], así como su regla, hábito y nombre por decreto inviolable y perpetuo, y prohibimos completamente que alguien de aquí en adelante entre en la orden, o reciba o lleve puesto su hábito, o se comporte como un templario". La disolución implicaba que, aunque inicialmente se reconocía el derecho de los templarios a defenderse, dicho derecho quedaba de facto eliminado con la abolición, lo que no era óbice para dejar claro que todo el proceso llevado a cabo por la corona era cuestionado. No obstante, dicha disolución lo liberaba de la monstruosa deuda contraída con la orden, la cual le había prestado dinero infinidad de veces así que, muerto el acreedor, se acababa la deuda.


Bula AD PROVIDEM CHRISTI
Pero eso de que no podía disponer de los demás propiedades lo debió cabrear bastante porque al tesoro que guardaban en París ya le había metido mano, pero la apropiación del resto de los bienes repartidos por el reino quedaban en suspenso. De hecho, la misma mañana del famoso 13 de octubre, Nogaret se personó en la Torre del Temple junto al preboste de París y una nutrida guardia para apoderarse del copioso tesoro que la orden guardaba celosamente para disponer de fondos de cara a una nueva cruzada. Pero Clemente aún le jugó al taimado Felipe una postrera jugarreta emitiendo una nueva bula el 2 de mayo siguiente, la AD PROVIDEM CHRISTI, mediante la cual los bienes de la orden en Francia serían entregados a los hospitalarios. 


Guillaume de Nogaret (1260-1313)
Sin embargo, esto era un mal menor contra alguien tan sibilino como Felipe que, con el siempre eficaz asesoramiento de Nogaret y Enguerrand de Marigny, uno de sus más venenosos ministros, alegaron que inventariar y tasar un patrimonio tan descomunal llevaría su tiempo, tiempo este que dedicaron a vender bajo cuerda todo lo que quisieron, de forma que a los hospitalarios solo llegó una ínfima parte en forma de tierras baldías, casas medio en ruinas y, por supuesto, ni una moneda raspada. Además, alegando en un alarde de cinismo descomunal que la orden le debía dinero, se apropió de 200.000 libras más otras 60.000 en concepto de gastos administrativos derivados tanto del inventariado como de la administración de las propiedades de la orden que, durante aquellos años, había sido llevada a cabo por funcionarios reales. En resumen, tenía la jeta de hormigón el rey Felipe.

Enguerrand de Marigny (1260-1315)
Como vemos, hasta ahora los sucesos acaecidos son equiparables a los de cualquier escándalo moderno. Al cabo, cuando se trata de cochino dinero las cosas siempre han funcionado igual desde que a un listo se le ocurrió coger un cacho de metal en forma de disco y convencer al resto del vecindario que equivalía a una gallina o a un modio de trigo. Hasta el momento, la trama tiene tres protagonistas: el rey Felipe IV de Francia, el papa Clemente V y el guardasellos real, Guillaume de Nogaret. Nos faltan las víctimas. Apenas quedaban cuatro mandamases en prisión ya que al resto o los habían liquidado o habían puesto tierra de por medio (los menos). Así, al gran maestre Jacques de Molay se sumaban el preceptor de Normandía, Geoffroi de Charnay, el visitador de la orden, Hugues de Pairaud, y el preceptor de la Aquitania, Geoffroi de Gonneville. Todos sin excepción habían acabado reconociendo todas las acusaciones cuando los interrogadores de Nogaret les apretaron las clavijas a base de bien. 


El rey Felipe presenciando el suplicio de unos templarios
en París. Al fondo se ve el patíbulo de Montfaucon, donde
se ahorcaba a los criminales y se dejaban expuestos sus
cadáveres como escarmiento
El papa Clemente no quería ni podía permitir que el rey Felipe se arrogase la potestad de juzgar y condenar a unos hombres que dependían de la autoridad de la Iglesia, así que organizó un tribunal compuesto por obispos para hacer un paripé que dejara claro que nadie estaba por encima de él. El 18 de marzo de 1314 se llevó a los presos ante dicho tribunal, que para la ocasión se instaló en una tribuna montada ante el atrio de la catedral de Notre Dame. Pero allí no se escuchó ningún testimonio por parte de los acusados, sino que se limitaron a leer las antiguas confesiones sacadas bajo tortura y, finalmente, condenarlos a cadena perpetua, quizás porque Clemente, que sabía que la orden era inocente, no quería tener sus muertes sobre su conciencia. Pairaud y Gonneville aceptaron en silencio la condena porque, a aquellas alturas, debía darles una higa todo aquello y solo querían morirse de una vez. Pero Molay, que se había mostrado bastante sumiso durante el proceso, se rebeló, negando las acusaciones y proclamando la inocencia de la orden. Charnay se unió a las protestas del maestre, por lo que todo el entramado que con tanta paciencia había tejido Nogaret podía irse al garete y, ante la retractación de dos de los acusados, tener que reiniciar de nuevo todo el proceso con lo que ello suponía. En cuanto fue informado de todo aquello, Felipe no lo dudó ni un instante.


Ortofoto en la que vemos la zona que correspondía a la isla de los Judíos.
En el detalle podemos ver la plaza del Vert Galant que ocupa el lugar
Los obispos, abrumados ante las declaraciones de Molay y Charnay, decidieron suspender el proceso hasta el día siguiente, pero el alevoso monarca no estaba por la labor de perder ni un minuto más. Pasándose por el forro las decisiones de un tribunal sobre el que carecía de la más mínima autoridad, ordenó al preboste de París que aquella misma tarde, antes de vísperas (antes de la puesta de sol), los dos relapsos fuesen ejecutados en la hoguera. Acerca del lugar elegido, como suele pasar, hay diversas versiones. Una de ellas sitúa el lugar en la isla de Javiaux, otros en la isla de la Cité y la mayoría en la denominada como isla de los Judíos, que según la tradición recibía dicho nombre por haber sido en tiempos anteriores lugar de ejecución de los ciudadanos de esa atribulada raza. Deben saber vuecedes que, en aquellos tiempos, había mogollón de islas fluviales a lo largo del Sena que, en muchos casos, estaban habitadas y unidas a la ciudad mediante puentes. Dando pues por buena la que según la mayoría de las opiniones fue el escenario de la ejecución, los guardias del rey llevaron a los dos reos a la isla en cuestión que, curiosamente, pertenecía a la abadía de Saint-Germain-des-Prés por lo que, en teoría, el monarca debería haber pedido permiso al abad para hacer uso de la isla. Está de más decir que Felipe no pidió permiso a nadie. Con el paso del tiempo, los sedimentos acabaron uniendo la isla de los Judíos con otras tres más, la isla de la Cité, situada más al este, la de Gournaine, y otra más pequeña llamada Passeur des Vaches, el Barquero de las Vacas. En la actualidad, el espacio que ocupaba la isla de los Judíos se sitúa en la plaza del Vert-Galant.

Y llegado el momento supremo, no hay una sola referencia histórica que afirme que Molay maldijo ni siquiera a su cuñado. El único testimonio en teoría verídico lo aportó un cronista por nombre Geoffroi de París que, en su Chonique Métrique de Philipple le Bel, manifiesta como presenció el suplicio, y describió los últimos momento de Molay con bastante precisión de esta forma:


"El gran maestre, viendo la pira preparada, se desnudó rápidamente. Lo digo tal como lo vi. Se despojó de la camisa con alegría y de buena gana, sin un ápice de temblor a pesar de que fue arrastrado y sacudido con fuerza. Lo agarraron para atarlo al poste y le estaban atando las manos con una cuerda cuando dijo: "Señores, permitidme unir mis manos durante un rato para orar a Dios, porque verdaderamente es tiempo para ello. Estoy preparado para morir, pero de forma injusta como bien sabe Dios. Por lo tanto, la desgracia vendrá más pronto que tarde contra quienes nos condenan sin una causa. Dios vengará nuestra muerte."

El personal contempla el suplicio desde la orilla del Sena mientras el rey
hace lo propio desde el castillo del Louvre. Al fondo destaca
la poderosa silueta de la torre de Nesle, donde se forjaron egregias
cornamentas en las testas de los hijos de Felipe IV
Y en eso quedó todo. Sin más discursos ni más proclamas, Molay fue atado al poste junto a Charnay y ambos ardieron ante una multitud que, como suele ser habitual en casos así, murmuraba echando pestes del rey y del papa, dando por hecho que la orden, a la que muchos debían su subsistencia, era inocente de todas las infamias tramadas por Nogaret. Cuando la pira se consumió, dicen que algunas personas se acercaron a los restos de la misma para recoger los pocos trozos de hueso que aún quedaban entre las brasas humeantes para llevarlos a un lugar seguro. Cabe suponer que serían algunos de los muchos templarios que, habiendo podido escapar de la redada, vivían en el anonimato a la espera de acontecimientos. A la vista del panorama que se les presentaba en Francia, huyeron a reinos donde no eran perseguidos, como Portugal o Inglaterra.

Bien, como vemos, Molay no lanzó ninguna maldición terrible, ni emplazó al papa y al rey a reunirse con él en el Más Allá a rendir cuentas por su felonía, ni nada por el estilo. Se limitó a decir que Dios vengaría su muerte, pero sin más florituras y de forma generalizada. Las versiones, surgidas a posteriori, son de lo más variadas. Desde la que emplaza al papa a palmarla en cuarenta días y al rey en cien, a la que el siempre ameno Maurice Druon daba en su magnífica novela "El rey de hierro", haciendo lo propio con Clemente, Felipe y Nogaret (que por cierto llevaba meses muerto en aquel momento), y a los que, además de darles cita antes de un año, los maldice hasta la decimotercera generación de su linaje. Así pues, en este caso solo cabe dar por seguro que la maldición de marras fue la enésima leyenda urbana porque, en aquella época llena de supersticiones, eso de que todo un maestre del Temple fuese convertido en un torrezno sin más no era adecuado ¿De dónde pudo surgir entonces la leyenda?


Placa que recuerda el lugar de la ejecución del maestre en un lateral del
Puente Nuevo, bajo la estatua ecuestre de Enrique IV. El lugar está marcado
con una flecha en la ortofoto anterior
Pues aparte del habitual proceso de ir magnificando lo relatado por Geoffroi de París, que el boca a boca se encargaría de dramatizar cada vez más, es evidente que contribuyó la repentina muerte del papa, acaecida el 20 de abril siguiente, o sea, 33 días después del suplicio, al parecer de disentería, lo que era relativamente frecuente en aquella época debido a la pésima calidad del agua. El rey Felipe no tardó en seguirle, pasando a mejor vida el 29 de noviembre a raíz de un percance durante una jornada de caza en la que un jabalí lo hirió gravemente. Hay autores que afirman que se debió a un accidente vascular cerebral, pero Dante, que fue contemporáneo a estos hechos, nos dice en su "Divina Comedia" (Parte XIX, Sexto Cielo, 118-120) : "Y se verá el dolor del que en el Sena, por moneda falsificada, diente de jabalí sufrir en pena", lo que viene a querer decir, para el que no lo haya pillado, que el que se dedicó a trapicheos monetarios en París, o sea, el rey Felipe, sufrirá pena, o sea, morirá y será condenado, por el diente del jabalí, es decir, que un jabalí lo mataría. Está de más afirmar que me creo más lo dicho por Dante, que tendría noticias de primera mano sobre el deceso del monarca, que las conjeturas de historiadores modernos sobre un suceso sobre el que no hay detalles que permitan afirmar que se trató de una apoplejía, teoría por cierto que aventura Druon.

En este caso, además, contamos de nuevo con el testimonio de Geoffroi de París según el cual, tras el percance el rey fue llevado al castillo de Fontainebleau, donde ordenó que acudieran su hermano, Carlos de Valois, y sus hijos. Cuando llegaron y le preguntaron por su estado, el rey les respondió bastante mustio:

-Enfermo de cuerpo y alma, y si Nuestra Señora la Virgen no me salva con sus oraciones, veo que la muerte se apoderará de mí. He creado tantos impuestos y he puesto mis manos sobre tantas riquezas que nunca seré absuelto, señores, y sé que estoy en un estado tal que moriré, creo, esta misma noche porque sufro mucho, herido por las maldiciones que me persiguen. No se contarán historias buenas sobre mí.


Efigie funeraria de Felipe IV en Saint Denis
Obviamente, al decir maldiciones se referiría a las que durante su farragoso reinado había recibido por parte de media Europa, y no solo las de los templarios. Como cabe suponer, un hombre que durante toda su vida había llevado a cabo innumerables traiciones y felonías y cuya codicia era insaciable no debía tener la conciencia muy tranquila en una época en que eso del infierno y el cielo se creía a pie juntillas. En definitiva, que debía estar bastante acojonado ante la perspectiva de ver a los templarios esperándolos en la puerta del infierno para darle la bienvenida. El tema monetario, que había sido manejado con gran maestría por Enguerrand de Marigny, era un compendio de abusos de todo tipo que no podían ser denominados de otra forma que expolio. Y no ya al Temple, sino a todo bicho viviente incluyendo, como comentábamos al principio, a los banqueros lombardos, a los judíos y a su mismo pueblo, al que no dudó en sangrar hasta la extenuación con impuestos que incluso no estaban permitidos por el derecho feudal. En definitiva, era un buitre redomado. Y, en efecto, murió aquel mismo día contando 59 años de edad, siendo su cuerpo conducido a la basílica de Saint-Denis, mausoleo de los reyes de Francia. Felipe murió al cabo de ocho meses y once días, o sea, 256 después del suplicio al que sometió a Molay y a Charnay.


Tumba de Clemente V en la colegiata de Uzeste, en Aquitania
Así pues, y dado que el pueblo siempre ha tenido la tendencia, y en aquellos tiempos aún más, a dar pábulo a todo tipo de fantasías y leyendas, las inopinadas muertes de los causantes de la perdición del Temple eran el ingrediente perfecto para que, a raíz de ellas, surgieran bulos asegurando que el papa y el rey habían muerto como consecuencia del emplazamiento ante el tribunal divino que el maestre, envuelto en llamas, había proclamado. Qué dramático, ¿no? Pero, como hemos visto, el maestre se conformó con arder apaciblemente y, además, no sería raro que lo viese como una liberación tras siete largos años sometido a los más crueles tormentos a manos de los interrogadores que le hicieron reconocer hasta que amaba profundamente a todos sus cuñados.


Grabado decimonónico que muestra a Molay
en la pira echando maldiciones terribles
antes de palmarla
En fin, criaturas, así fue, grosso modo, como se gestó la ejecución del vigésimo tercer y último maestre la orden del Temple y su postrera maldición. Como hemos visto, fue un suplicio más de los muchos que ordenó el taimado Felipe IV, y sus consecuencias no tuvieron la más mínima relevancia porque todo el complot urdido por Nogaret fue simplemente perfecto. Nadie los defendió abiertamente, nadie osó oponerse al rey de Francia, y nadie se avino a mover un dedo por los freires, quedando todo en el mero apoyo de boquilla en las reuniones tabernarias donde el personal pasaría el rato poniendo a caldo al rey y al papa pero, eso sí, sin perder de vista la puerta por si entraba el preboste y los pillaba in fraganti. Por cierto, cuando ejecutaron a Luis XVI, el ciudadano Capeto según los revolucionarios aunque en realidad era un Borbón, muchos aseguraron que se escuchó una voz que decía "¡Jacobo de Molay ha sido vengado!". Los amantes de las conspiraciones tampoco podrán ver en esto ningún presagio por parte del maestre, ya que Luis XVI fue el vigésimo segundo rey de Francia tras Felipe IV, cuya dinastía, los Capeto, solo duró cuatro reyes más. O sea, que lo de la maldición hasta la decimotercera generación como que tampoco nos vale aunque rime bastante bien.

Bueno, así fue la historia. Es hora de la merienda.

Hale, he dicho


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